jueves, 17 de mayo de 2012

¿POR QUÉ LO LLAMAN 'NOVELA GRÁFICA'?


por Marc Roca

Comic books


El cómic norteamericano se ha expresado históricamente a través de un formato de publicación llamado comic book, una revista de periodicidad mensual, de unas 25 páginas, de tamaño inferior al A4 y cuyas hojas se unen con grapas (de ahí que a menudo se aluda a este formato simplemente como “grapa”).

Aunque hoy en día sigue siendo el formato imperante en el mercado estadounidense y se ha extendido a la publicación de estos mismos cómics en otros países, los comic books actuales, con sus hojas gruesas y su espectacular coloreado digital, son muy diferentes a los que existían hasta hace un par de décadas. Por entonces tanto la calidad del papel como la de los grafismos eran muy inferiores a los actuales, lo que daba lugar a un producto endeble y de aspecto precario que alimentó el mito de los coleccionistas paranoicos que se apresuran a enfundar celosamente sus tebeos en el plástico salvador.

El comic book es el producto lógico de un proceso productivo muy industrializado en el que los artistas implicados gozan de escaso margen de maniobra para dotar de personalidad a sus obras más allá del acuciante ejercicio técnico. Con el objetivo de mecanizar la producción y cumplir con los tiempos de un ritmo de publicación muy alto, el trabajo se segmentariza al máximo: un comic book, por lo general, lo guioniza, lo dibuja, lo entinta, lo colorea e incluso lo rotula un profesional distinto en cada caso que además puede variar con frecuencia. Las series de superhéroes y demás comic books que se rigen por un funcionamiento similar son propiedad de las editoriales, que publican de forma indefinida las cabeceras de mayor éxito (las principales series Marvel se publican ininterrompudamente desde principios de los años 60 y las más veteranas de DC arrancaron a finales de los años 30). Este largo recorrido no implica que el universo de ficción de cada título evolucione demasiado pues los sellos se muestran muy conservadores a la hora de aplicar cambios profundos a la fórmula que ya ha demostrado ser rentable, lo que a falta de un alarde de ingenio por parte de los autores encierra estos cómics entre horizontes creativos muy limitados.

El comic book no es, desde luego, el contexto ideal para un autor que quiera reivindicarse como tal y desarrollar cierto grado de libertad e inventiva en sus obras.

A finales de los años setenta la fórmula clásica del comic book superheroico languidecía mientras, en paralelo, un nuevo cómic más libre y adulto emergía con fuerza desde varios focos independientes. Aunque los Estados Unidos contaban con su propio movimiento indie la revolución más importante fue la que Jean Giraud, entonces ya conocido como Moebius, y otros colegas protagonizaron en el corazón del cómic europeo, lo que a su llegada a España se bautizó como boom del cómic adulto. A través de este movimiento la historieta se reivindicó definitivamente como medio comunicativo singular y versátil y se convirtió en un producto cultural prestigiado cuyo nuevo auge desbordó pronto el marco underground en el que se había fraguado, llamando poderosamente la atención de esos autores de cómic que trabajaban inmersos en contextos más incómodos.

Un pacto con el diablo


Will Eisner es una figura fundamental de la historieta, su trayectoría profesional le convierte prácticamente una encarnación de la historia del tebeo en Estados Unidos y a su gran dimensión artística cabe añadirle una actividad intensísima y muy influyente como teórico y promotor del cómic como medio autosuficiente. A finales de los setenta Will Eisner encarnaba como nadie el perfil del autor ahogado por las restricciones de la industria tradicional del cómic estadounidense.

Buen conocedor de la realidad del cómic europeo, Will Eisner no solo admiraba el espacio de libertad creativa y reconocimiento que había conquistado el nuevo cómic adulto, también llevaba tiempo reivindicando algunos valores intrínsecos que adjudicaba con un idealismo algo impreciso al tebeo europeo clásico, como el mayor control de los autores sobre sus obras y, en general, su mejor posición en comparación con sus colegas norteamericanos. También le fascinaba el álbum, el formato más característico del cómic francobelga: libros de tapa dura, tamaño similar o superior al A4 y con una calidad de papel y de acabados visuales que suponían una publicación mucho más lustrosa que los precarios comic books. Un formato muy apetecible para el artista que aspiraba a dignificar su obra.

En 1978 Will Eisner desafió las convenciones de la industria del cómic norteamericano con la publicación de A contract with God, and other tenement stories, un tebeo magnífico sobre la vida en el Bronx de los años 30 al que el propio autor definió como “graphic novel”. Publicado por Baronet Books tanto en tapa dura como en una edición rústica de gran calidad (en cuya portada podía leerse “a graphic novel by Will Eisner”) inspiradas en los álbumes europeos, A contract with God pretendía asentar las bases para un nuevo cómic de autor, publicado en un formato libresco y destinado a trazar un camino propio y alejado de las convenciones comerciales de los principales sellos del sector.

Tras A contract with God Will Eisner continuó publicando cómics basados en las mismas premisas hasta su fallecimiento (en 2005), reivindicando a través de estos títulos su concepto de novela gráfica. Aunque podemos rastrear el uso de “novela gráfica” (y otras expresiones afines "novela visual", "novela en imágenes", a menudo asociadas a narraciones ilustradas, y no necesariamente a tebeos) hasta épocas remotas el término encuentra en Will Eisner su formulación más firme y el gran detonante de su actual popularidad. Lo cual no deja de ser curioso, pues el uso posterior de la expresión contradice a menudo las profundas convicciones que Will Eisner depositó en ella.

¡Novelas gráficas!


A finales de los setenta la irrupción de Will Eisner en al historia de la novela gráfica se enmarcaba en un contexto generalizado de exploración del cómic de autor desde diferentes frentes, una experimentación que contrastaba con el relativo colapso de un envejecido cómic comercial, encarnado principalmente por el comic book, que pedía a gritos algun tipo de impulso. En este marco el auge inicial de las nuevas propuestas no solo llamó la atención del público sino también de los propios editores del cómic tradicional, que observaron en la aparición de la novela gráfica y otras corrientes similares un filón inesperado que merecía la pena aprovechar sin la necesidad de respetar escrupulosamente sus premisas originales.

Uno de los gigantes del cómic norteamericano, Marvel Comics, no tardó en subirse al carro de la nueva novela gráfica llevando al terreno del cómic de superhéroes ese formato que en principio había nacido como alternativa al mismo. En 1982 Marvel inauguraría su nueva línea de graphic novels con The death of captain Marvel de Jim Starlin, un álbum de cuidada edición que incluía una historia autoconclusiva en la que se trataba un tema “más adulto” de lo que era usual en el comic book al uso (la dramática muerte de un superhéroe a causa de un cáncer). Bajo premisas similares (historias cerradas, autores de particular prestigio, temas algo más atrevidos que los propios de la grapa) la colección seguiría dando lugar a cinco o seis títulos anuales hasta 1988, momento en el cual los propios comic books se estaban modernizando a marchas forzadas (en su forma y su contenido) y las ediciones en rústica o tapa dura empezaban a ser habituales para todo tipo de tebeos, ya fuera como edición original o recopilando a posteriori materiales aparecidos en grapa. Sin ir más lejos en 1988 Marvel publicó Silver Surfer: Parable a cargo de un tandem tan significtivo como el que formaban Stan Lee, el gran patriarca del cómic de superhéroes, y Moebius. Publicado de entrada en forma de dos comic books, ese mismo año Parable fue reeditado en una versión rústica integral de gran calidad.

Mientrastanto la competencia, DC, no se quedaba atrás. No solo respondió a Marvel con su propia línea de graphic novels (que se desarrolló entre 1983 y 1987), también intentó trazar su propio camino en una dirección similar sacándose de la manga un nuevo formato de publicación autoconcusivo para autores y contenidos destacados, con más páginas y una encuadernación rústica bastante más sólida y lustrosa que la del comic book, al que dieron un nombre tan significativo como formato prestigo. La colección arrancaría en 1986 con una obra de importancia capital en el devenir del cómic de superhéroes moderno, The Dark Knight returns de Frank Miller.


De este modo, y prácticamente sin tiempo para asentarse como vehiculo particular del cómic independiente, la novela gráfica ya había sido asimilada por el mainstream más genuino y sus características formales (el formato de libro, el contenido más o menos autoconclusivo, los tonos adultos vetados en el comic book clásico) habían trascendido todo filtro creativo. Llegados a este punto es cuando el concepto se torna realmente confuso.

¿Novelas gráficas?


Por un lado existen unas propiedades que identifican a la novela gráfica norteamericana como un género en si mismo, o por lo menos como un tipo de publicación de características bastante delimitadas. Al margen del formato libresco tantas veces mencionado en este artículo, la novela gráfica moderna nace y se desarrolla como un cómic de autor desligado de los restrictivos clichés comerciales del cómic tradicional que pretende tarscender los circuitos underground para reivindicar su valor ante el gran público. Esta sería la definición en la que sin duda cabrían las novelas gráficas de Will Eisner o el célebre Maus de Art Spiegelman, cuyo premio Pulitzer (1992) supuso uno de los grandes espaldarazos para este movimiento y también, indirectamente, un nuevo empujón para el cada vez más impreciso concepto de novela gráfica en el que se incluyó esta obra que se había publicado originalmente por entregas en la revista de cómic independiente RAW (entre 1980 y 1991).

Por el otro lado, sin embargo, el uso y abuso del término desde las esferas editoriales y periodísticas lo ha convertido en una suerte de eufemismo esnob vacío de significiado. De la generalización de la expresión para todo tipo de cómic en Estados Unidos se pasó a la extensión de su uso por todo el mundo. De pronto existía una nueva forma de llamar a esa historieta a la que la opinión pública nunca se había tomado demasiado en serio, y encima esa nueva denominación la emparentaba alegremente con la literatura, un medio que sí gozaba del prestigio oportuno para presentar un producto como dios manda.

La historieta es autónoma, no nace de la literatura ni mantiene con ella una relación más estrecha que con otros medios próximos (las bellas artes, el cine). De hecho el texto ni siquiera es imprescindible en el cómic, sino uno más de los distintos elementos expresivos que pueden converger en la narración secuencial.

A pesar de ello hoy se tiende a tratar como novela gráfica a toda historieta a la que se pretenda revestir de un valor que al parecer no se asocia con la denominación original del medio. Esta atribución parte pocas veces del conocimiento sobre el mundo del cómic y tiende a ignorar el rechazo que manifiestan muchos autores y amantes de la historieta hacia el uso indiscriminado de una expresión tan inadecuada como la que nos ocupa.

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