martes, 22 de mayo de 2012

NO ME GUSTA




No me gustan el sol ni la noche. Ni la luz ni la oscuridad. No me gustan los sátrapas ni los déspotas inspirados en La Reina de Corazones y su ejército de Naipes marcados. Ni los mediocres, que no son escalas de colores sino gente sin lienzo ni pincel. Tampoco Brutos ni Iscariotes. Y no sigo que me quedo tan solo que le llamo Viernes al primero que pase. No me gusta caer mal, pero es lo que hay a mis 44.
No me gusta que tengamos el paro de Letonia por una pompa de jamones en el mobiliario. No me gusta que me regalen trajes ni citarme en gasolineras. No me gusta el bipartidismo y voto siempre perdedor. Ni gritar organización cuando se enciende el interruptor. No me gustan los videojuegos con PEGI 18. ¿Por qué lo llaman madurez cuando quieren decir casquería? No me gusta la leche. Ni sus derivados salvo la mala. No me gusta la rúcula y sí la brújula para perder lo menos posible el norte. Que soy dado y nunca me sale el seis.

No me gusta ‘Rocky’, pero sí Stallone, sobre todo en ‘Cobra’. No me gustan las montañas rusas, que no son campesinas de koljós sino líneas directas aseguradoras de un vómito como cuando fuimos los mejores. No me gusta que el periodismo sea una cuadrilla de extinción de su propio incendio. Ni que se cierre más que abrir. No me gusta que por Tintín no pasen los años. Ahora sería un Tontón adorable. Ni que Waterloo sea solo una canción de Abba para muchos ‘ciudadaños’.  No me gusta que haya pocas marcas de cerveza en los garitos y demasiadas en el Eroski. No me gusta comer frío, sushi ni sashimi, aunque son perfectos para servir platos de venganza. No me gustan los chalés, sobre todo porque no soy subastero ni caja de impagos. No me gusta atender las peticiones musicales cuando hago de DJ. Para eso soy el Don Juan del altar en la sala. 

No me gusta El Tío la Vara, pero sí el Josebas y el Borja de ‘Qué vida más triste’. No me gusta Megan Fox y ahora va y suena el ‘Mentiroso, mentiroso’ de Iván Ferreiro. No me gusta ya ir en moto porque estoy en números rojos de tanto caerme más de la cuenta. No me gusta que sigamos sin tener idea de inglés, normal con la pasta que nos levantó Opening para luego cerrar sin preaviso, o que el Profesor Maurer nos suene a alemán en 1.000 exabruptos. Pero sí que tecleemos correctamente Twitter, Facebook y LinkedIn en Google y recomendemos el Whatsapp por escrito con el fin de que sea el último SMS de nuestras vidas. No me gusta seguir esas cuentas oficiales de tuits que llevan el visto bueno dentro de un círculo azul claro. Me generan ingresos de desconfianza. No me gusta trabajar, pero tengo hasta cinco obligaciones para el sudor de mis neuronas. Y subiendo.

No me gusta conducir y manejo precisamente ese coche. No me gustan los gatos, pero lo que no tengo es perro y sí arañazos. No me gusta ganar pero es cierto que tres años ya perdiendo son 1.000 días y un pico. No me gusta hablar por los codos y resulta que soy comentarista. No me gusta apostar pero gané una Combinada Hípica y un reintegro del Gordo de la Primitiva, que no es el marido de la portera. Y me tocó una vez al 25 en la ruleta. No en el casino de Montecarlo sino en el de la rima y soniquete de almena. No me gusta escribir y me han ofrecido ‘juntaletrear’ hasta tres libros por año. Empresa que no quiero emprender ni emprenderé porque ‘entrepreneur’ me suena a pensar con la entrepierna. No me gustan los PPT y menos cuando los llaman las PPT. De los Excel ya ni hablo porque me mandan a una celda. No me gustan los Geyperman ¡de Bizak! Y no por la barba rala. Porque eran demasiado altos, más que los Madelman que aún conservo en perfecto estado de revista. Y prefería los Ayrgam Boys antes que a los Clicks. Todo un visionario pre digital. 

No me gusta leer mal escrito Spiderman, pues es Spider-Man, y que La Patrulla-X no sea porno dominante. Tampoco que lo llevemos clarinete en el desarrollo de unidades del Orgasmatrón de Woody Allen. No me gusta el nudismo, aunque imagino cientos de excepciones. No me gusta que siga sin robarse la fórmula de la Coca Cola, menos todavía la de la Burger Cangreburger. Tampoco haber leído más a la Generación Beat que a la del 27, que no es un autobús. No me gusta la cabra de la Legión ni el perejil. No me gusta el uniforme azul marino de los nordistas, pero sí que tomaran Richmond a los sudistas. Tampoco que se perdiera La batalla del Ebro.
No me gusta la clase dirigente, que necesita detergente y les deseo lo indigente. Como tampoco los bancos que no son para sentarse. Y menos las primas millonarias salvo si son las que aún debo tener por Valencia. No me gusta que en los dioramas de maquetas se despeguen con el  tiempo los soldados. Sobre todo si son rusos camino de Berlín. No me gusta que sepamos más de los apaches que de los iberos, ni que los hoteles cobren la hora de WIFI a precio de trufa. No me gusta volar en aviones porque hay salvavidas y tampoco navegar en cruceros porque hay botes paracaídas de capitanes. No me gusta ya la Ibiza del Pachá, Amnesia o Privilege. La cambié por la del ‘bullit de peix’, un blanco del Penedés y la base rítmica del rumor de las olas. 

No me gusta lo que componen las gemelas Nervo pero sí cómo suenan las Breeders. No me gusta la música de Fitipaldis. En cambio, me creo las letras de Fito. No me gustan Queen ni Dire Straits. Es más, no hablo con gente a la que sí. No me gustan los Gallagher sin Oasis, y hasta Blur, chincha rabiña. No me gusta bailar porque Liam no lo hace y porque no sé. Como tampoco saben las chicas del Cancán o Demi Moore en ‘Striptease’. No me gustan los musicales, y sí las óperas-rock como ‘Tommy’, pero menos aún el anuncio en Spotify de El Rey León. Por eso me paso a Grooveshark. No me gustan las drogas. Por eso soy dromedario de endorfinas, endógenas, ergo saludables amén de gratis, ‘keyword’ que indexa en buscadores como un cañón sin ser colorado. Y no me gusta saber que no llegaré a la edad que aparento.

lunes, 21 de mayo de 2012

MUCHOS Y DEMASIADO LISTOS



por Manu Mañero

Partiendo de la base de que las casualidades suelen ser excusas muy pobres a la falta de predisposición, no podía ser casual ese dicho que nos tira luz al camino respecto a la masificación en espacios cortos: “tres son multitud”. Depende de para qué y dónde, puede sobrarnos hasta el propio cuerpo, si entendemos efectivamente al individuo como dualidad, un término que renquea todavía de las clases de filosofía, junto a recuerdos vanos de cavernas y paseos de allí allá en busca de significación para las imágenes. Sea como fuera, esta agresividad, esta inquietud, este apolillamiento de espíritu y la dolosa y dolorosa falta de autocrítica y de sensibilidad que retroalimenta nuestra sangre e impulsa nuestras palabras podría no deberse a ese otro axioma verbenero, “las cosas están muy mal”, sino a un problema mucho mayor, el del exceso de unidades a nuestro alrededor, el de la sobrecarga de expertos y opiniones, la relativización del mérito o, en el peor y más marxista de los casos (esto tampoco es casual), la sobreexposición a relatos falaces que pacientemente, descuidando otras labores instintivas bastante más trascendental, clasificamos en únicamente dos carpetas: “me gusta”, o “no me gusta”. La tiranía del ahora, del ya, y del mal, por ese orden y a la vez. No se entienden unos sin otros.


En 1920, cuando el mundo se decidía todavía sobre si llevarse bien o mal (eligieron lo segundo), un zoólogo británico que sirvió a los suyos tras los matorrales durante la II Guerra Mundial, Solly Zuckerman, tuvo a bien mirar de cerca cómo se comportaban ciertos grupos de primates en el Zoo de Londres, no sé si en el rincón de Camden o el de Westminster. La dirección del recinto le había requerido solícitamente para tal fin, pues hacía ya días que los babuinos parecían más agresivos de lo habitual respecto a la comida, a pesar de que, en tiempos dorados para el bolsillo british, aturdido por el oropel de Harrods y ajeno al salvajismo oleoso de los Fish & Chips, cada día les era proporcionada más alimento con el fin de evitar estos enfrentamientos. Zuckerman no extrajo conclusiones demasiado ortodoxas: lo achacó a la competencia. Daba igual que un mono necesitara sólo un plátano: pelearía por doce, veinte o cincuenta si era necesario. No era cuestión de cantidad, sino de status. Animalismo en vena. Racionalidad circundada. Es por esto que, demasiado a menudo, leemos jocosas viñetas, algo estúpidas también de cuando en cuando, sobre la improcedencia de considerar al ser humano descendiente de abominaciones de este calibre, por limar, por descubrir, ajenas a nuestros cafés literarios y, por hacer un guiño al presente, a la explosión de blogs sobre el Arsenal, el paradigma Guardiola o la insoportable levedad de Nuri Sahin en Liga. Gilipolleces, vamos, de las que probablemente también el reino animal tomaría nota en cuanto a ‘cosas que no te darán de comer y que probablemente te encasillarán en una sociedad en cambio constante’. Lo sabía Heráclito (le hacemos el mismo caso que al resto que sí sabían), y lo saben ellos, los animales, los en teoría más débiles porque el hombre, orgulloso, puede destriparlo para investigarlo y justificar fondos desviados a pedantes rincones teóricos.



Volviendo a los primates y su desconsideración para con sus iguales. Veinte años después de que Zuckerman se viera superado por algo que no entendía del todo, otros salieron a la calle y observaron algo que enlazó ambos escenarios y además dio a luz una teoría sorda que para muchos es el sursum corda: los simios, fuera de las jaulas, no competían a ese nivel por el alimento. Existía un inteligente y bien cuidado sistema de comunicación, territorialidad y pautas según las cuales, y siempre al hilo de Darwin, los individuos se repartían oportunidades y presencia. En otras palabras, fue en la primera mitad del s.XX cuando descubrimos, aunque convenía taparlo un poco, que se nos iba de las manos esto de la reproducción. Que tener descendencia no era tan fácil como elegir el color de los patucos y criticar al gobierno de turno por subir el IVA e hipotecar la masiva compra de  pañales. Que dar a luz, aumentar la población o en todo caso mantener su equilibrio contando defunciones en otros rincones del mundo, implica una responsabilidad para con la etología que, por razones obvias, no ocupa espacio en el prime time de las cadenas privadas. La naturaleza se había cansado de darnos lecciones al respecto, y tuvo que ser en ese impasse de tiempo entre los años 40 y los 50 cuando se acuñara el término que, en realidad, lo explica todo: “la cifra óptima”. Dado que todo calificativo rotundo siempre desprende un tufillo neoliberal insoportable, se apresuró a definir el concepto como la densidad de población ideal para asegurar bienes y sustento para todos por igual, sin comprometer el desarrollo de los individuos. Lo dicho, un delirio.


En aquella época, respecto a la cifra óptima, se estimó que para el ser humano, ésta debería situarse en apenas unas decenas de individuos (decena significa diez) por cada puñado de cientos de kilómetros cuadrados. Esto significa que en Madrid no debería haber más de 100 personas, lo que contrasta con los casi seis millones, si no más, que ocupan actualmente el territorio de la capital. La conclusión no se puede escapar a nadie. Somos demasiados en todas partes, y eso explica todo: tensiones, guerras, codazos al subir y bajar al metro, lo de mirar la nota de otros en el tablón tras los exámenes, las erecciones al recibir favs y RTs en Twitter, el ardor cuando no nos etiquetan en Facebook, ver que otros tienen mejores coches o cobran más y achacarlo a la corruptibilidad del sistema, etcétera.  No ha ayudado precisamente nada la explosión de canales en los que sentirnos más importantes, más gurús, en los que colaborar gratis, por amor al arte y por “visibilidad” (tomo prestado el énfasis peyorativo en el término, vía "El Descodificador", lo que ha dado terribles ideas a los medios de comunicación (bloguero = periodista, gratis = menos caro, audiencia = credibilidad, dinero = hipoteca desahogada). Porque si vivimos hartos y azotados por la cantidad de gente que se nos aglutina alrededor (de esto no somos conscientes cuando hacemos cola en el banco o nos ponen cantinela de espera al otro lado del teléfono), imaginad lo que no hace la sobreexposición a los medios con nuestro equilibrio racional. Tanta opinión, tanta letra, tanto código. Sólo elegir lo que queremos leer y de quién ya pide no sólo un esfuerzo ímprobo sino además, toneladas de horas de las que no disponemos. Por ende, nos frustramos. Leemos lo que nos recomiendan, por comodidad, pero sin plantearnos si lo recomendado es lo que más nos conviene. Por eso los famosos son famosos y por eso ahora JotDown cree que puede cobrar 15 euros por difundir alertas morales y literarias (el orden no es aleatorio) sin que nadie pueda alzar la voz contra su decisión sin ser tomado por miserable, hipócrita u oprimido. Ahora ser librepensador y comprar calidad es ser bueno, ser ideal, ser guay. La pena es que hay tantas personas alrededor, que ser guay no es una cualidad sino una tara. Bastante tenemos con ser.

Aquí, en el mundo donde todos saben de todos, los monos hace tiempo que dejaron de pelear por comida en los zoos. También se han acostumbrado. Y no, no es malo. Es peor.

viernes, 18 de mayo de 2012

TIEMPOS MODERNOS


por Rachel Benz
 
Un gran sabio dijo una vez, no hay nada que enseñar a alguien, solo hay que ayudarlo a descubrir lo que ya sabe desde siempre.

El diseño de las economías de la mayoría de naciones en las que reina el capitalismo, se sustenta en la creencia de que “Tenemos que competir para poder sobrevivir”. Estamos educados para producir, y para juzgar por lo realizado, y eso produce nuestra infelicidad.
A veces tenemos la sensación de que todo eso que nos contaban nuestros padres de “si quieres llegar a ser alguien en la vida tendrás que estudiar” ha sido una gran mentira.
Considero que ese dogma que nos inculcaron, proviene de una generación que apenas había tenido posibilidad de acceso a los estudios superiores o incluso medios. Cuando veían a un ingeniero, abogado o médico de la época les parecía que eran seres de otro planeta. Y entonces, cuando de repente accedemos al mundo laboral, y esas ilusiones y proyectos que habías construido en tu mente, se tornan en desprecio y nulo reconocimiento, el “batacazo” resulta descorazonador.
 
Esta situación no es resultado directo del momento de crisis económica en la que nos encontramos inmersos, que sin duda lo potencia, no es algo novedoso y que nos pille por sorpresa.
Sin duda, la educación en gran medida sea el problema de fondo de todas estas cuestiones. Y ello debido a que valores como la dedicación al trabajo, el esfuerzo, la capacidad de buscar motivaciones intrínsecas al margen de las extrínsecas para desempeñar las labores del día a día, la capacidad de innovación, la libertad de pensamiento deberían enseñarse junto con toda esa vorágine de asignaturas troncales y obligatorias que imponen los actuales sistemas educativos.
 
Comparto con vosotros una frase magistral de Isaiah Berlín: “Los valores, éticos, políticos, estéticos, no son algo objetivamente dado, no son estrellas fijas de un firmamento platónico, eterno, inmutable, que los hombres sólo pueden descubrir utilizando el método adecuado. Los valores los engendra el yo humano creador. El hombre es, sobre todo, una criatura dotada no sólo de razón sino de voluntad. La voluntad es la función creadora del hombre.”
 
Llegados a este punto, debemos plantearnos si es necesario un cambio de valores en la educación escolar; ¿Qué valores deben predominar, los que vienen haciéndolo hasta este momento, los cuales han ofrecido resultados poco satisfactorios, o deberíamos prestar mayor atención a diferentes áreas como son la inteligencia emocional  y la empatía?
 
Se trata pues, de fomentar la inteligencia social y no sólo la individual, hacer que sirva para concatenar cerebros dispares y distintos, tomando buena nota de sus diferencias étnicas, culturales y sociales.
 
La sociedad occidental, caracterizada por ser la más avanzada, la del progreso, el capitalismo y el consumo masivo, ha generado una cultura de empresa que coloca la motivación de los empleados en el corazón de la productividad.
 
Si pretendemos que las generaciones venideras hereden un mundo algo mejor del que nosotros hemos conocido, debemos comenzar inmediatamente a cambiar esta tendencia. En mi humilde opinión, esto puede llegar a lograrse fomentando entre los más jóvenes las habilidades sociales, la competencia emocional, la inteligencia emocional, el trabajo cooperativo, etc. Materias transversales pero no reales en la práctica del sistema educativo. Enseñamos a nuestros hijos a ser competitivos e individualistas en un mundo donde para avanzar es necesaria la cooperación, las relaciones sociales y la autoestima. Todo esto indica que nos estamos equivocando en algo.
 
El futuro se construye ayer, hoy simplemente lo vivimos.

jueves, 17 de mayo de 2012

¿POR QUÉ LO LLAMAN 'NOVELA GRÁFICA'?


por Marc Roca

Comic books


El cómic norteamericano se ha expresado históricamente a través de un formato de publicación llamado comic book, una revista de periodicidad mensual, de unas 25 páginas, de tamaño inferior al A4 y cuyas hojas se unen con grapas (de ahí que a menudo se aluda a este formato simplemente como “grapa”).

Aunque hoy en día sigue siendo el formato imperante en el mercado estadounidense y se ha extendido a la publicación de estos mismos cómics en otros países, los comic books actuales, con sus hojas gruesas y su espectacular coloreado digital, son muy diferentes a los que existían hasta hace un par de décadas. Por entonces tanto la calidad del papel como la de los grafismos eran muy inferiores a los actuales, lo que daba lugar a un producto endeble y de aspecto precario que alimentó el mito de los coleccionistas paranoicos que se apresuran a enfundar celosamente sus tebeos en el plástico salvador.

El comic book es el producto lógico de un proceso productivo muy industrializado en el que los artistas implicados gozan de escaso margen de maniobra para dotar de personalidad a sus obras más allá del acuciante ejercicio técnico. Con el objetivo de mecanizar la producción y cumplir con los tiempos de un ritmo de publicación muy alto, el trabajo se segmentariza al máximo: un comic book, por lo general, lo guioniza, lo dibuja, lo entinta, lo colorea e incluso lo rotula un profesional distinto en cada caso que además puede variar con frecuencia. Las series de superhéroes y demás comic books que se rigen por un funcionamiento similar son propiedad de las editoriales, que publican de forma indefinida las cabeceras de mayor éxito (las principales series Marvel se publican ininterrompudamente desde principios de los años 60 y las más veteranas de DC arrancaron a finales de los años 30). Este largo recorrido no implica que el universo de ficción de cada título evolucione demasiado pues los sellos se muestran muy conservadores a la hora de aplicar cambios profundos a la fórmula que ya ha demostrado ser rentable, lo que a falta de un alarde de ingenio por parte de los autores encierra estos cómics entre horizontes creativos muy limitados.

El comic book no es, desde luego, el contexto ideal para un autor que quiera reivindicarse como tal y desarrollar cierto grado de libertad e inventiva en sus obras.

A finales de los años setenta la fórmula clásica del comic book superheroico languidecía mientras, en paralelo, un nuevo cómic más libre y adulto emergía con fuerza desde varios focos independientes. Aunque los Estados Unidos contaban con su propio movimiento indie la revolución más importante fue la que Jean Giraud, entonces ya conocido como Moebius, y otros colegas protagonizaron en el corazón del cómic europeo, lo que a su llegada a España se bautizó como boom del cómic adulto. A través de este movimiento la historieta se reivindicó definitivamente como medio comunicativo singular y versátil y se convirtió en un producto cultural prestigiado cuyo nuevo auge desbordó pronto el marco underground en el que se había fraguado, llamando poderosamente la atención de esos autores de cómic que trabajaban inmersos en contextos más incómodos.

Un pacto con el diablo


Will Eisner es una figura fundamental de la historieta, su trayectoría profesional le convierte prácticamente una encarnación de la historia del tebeo en Estados Unidos y a su gran dimensión artística cabe añadirle una actividad intensísima y muy influyente como teórico y promotor del cómic como medio autosuficiente. A finales de los setenta Will Eisner encarnaba como nadie el perfil del autor ahogado por las restricciones de la industria tradicional del cómic estadounidense.

Buen conocedor de la realidad del cómic europeo, Will Eisner no solo admiraba el espacio de libertad creativa y reconocimiento que había conquistado el nuevo cómic adulto, también llevaba tiempo reivindicando algunos valores intrínsecos que adjudicaba con un idealismo algo impreciso al tebeo europeo clásico, como el mayor control de los autores sobre sus obras y, en general, su mejor posición en comparación con sus colegas norteamericanos. También le fascinaba el álbum, el formato más característico del cómic francobelga: libros de tapa dura, tamaño similar o superior al A4 y con una calidad de papel y de acabados visuales que suponían una publicación mucho más lustrosa que los precarios comic books. Un formato muy apetecible para el artista que aspiraba a dignificar su obra.

En 1978 Will Eisner desafió las convenciones de la industria del cómic norteamericano con la publicación de A contract with God, and other tenement stories, un tebeo magnífico sobre la vida en el Bronx de los años 30 al que el propio autor definió como “graphic novel”. Publicado por Baronet Books tanto en tapa dura como en una edición rústica de gran calidad (en cuya portada podía leerse “a graphic novel by Will Eisner”) inspiradas en los álbumes europeos, A contract with God pretendía asentar las bases para un nuevo cómic de autor, publicado en un formato libresco y destinado a trazar un camino propio y alejado de las convenciones comerciales de los principales sellos del sector.

Tras A contract with God Will Eisner continuó publicando cómics basados en las mismas premisas hasta su fallecimiento (en 2005), reivindicando a través de estos títulos su concepto de novela gráfica. Aunque podemos rastrear el uso de “novela gráfica” (y otras expresiones afines "novela visual", "novela en imágenes", a menudo asociadas a narraciones ilustradas, y no necesariamente a tebeos) hasta épocas remotas el término encuentra en Will Eisner su formulación más firme y el gran detonante de su actual popularidad. Lo cual no deja de ser curioso, pues el uso posterior de la expresión contradice a menudo las profundas convicciones que Will Eisner depositó en ella.

¡Novelas gráficas!


A finales de los setenta la irrupción de Will Eisner en al historia de la novela gráfica se enmarcaba en un contexto generalizado de exploración del cómic de autor desde diferentes frentes, una experimentación que contrastaba con el relativo colapso de un envejecido cómic comercial, encarnado principalmente por el comic book, que pedía a gritos algun tipo de impulso. En este marco el auge inicial de las nuevas propuestas no solo llamó la atención del público sino también de los propios editores del cómic tradicional, que observaron en la aparición de la novela gráfica y otras corrientes similares un filón inesperado que merecía la pena aprovechar sin la necesidad de respetar escrupulosamente sus premisas originales.

Uno de los gigantes del cómic norteamericano, Marvel Comics, no tardó en subirse al carro de la nueva novela gráfica llevando al terreno del cómic de superhéroes ese formato que en principio había nacido como alternativa al mismo. En 1982 Marvel inauguraría su nueva línea de graphic novels con The death of captain Marvel de Jim Starlin, un álbum de cuidada edición que incluía una historia autoconclusiva en la que se trataba un tema “más adulto” de lo que era usual en el comic book al uso (la dramática muerte de un superhéroe a causa de un cáncer). Bajo premisas similares (historias cerradas, autores de particular prestigio, temas algo más atrevidos que los propios de la grapa) la colección seguiría dando lugar a cinco o seis títulos anuales hasta 1988, momento en el cual los propios comic books se estaban modernizando a marchas forzadas (en su forma y su contenido) y las ediciones en rústica o tapa dura empezaban a ser habituales para todo tipo de tebeos, ya fuera como edición original o recopilando a posteriori materiales aparecidos en grapa. Sin ir más lejos en 1988 Marvel publicó Silver Surfer: Parable a cargo de un tandem tan significtivo como el que formaban Stan Lee, el gran patriarca del cómic de superhéroes, y Moebius. Publicado de entrada en forma de dos comic books, ese mismo año Parable fue reeditado en una versión rústica integral de gran calidad.

Mientrastanto la competencia, DC, no se quedaba atrás. No solo respondió a Marvel con su propia línea de graphic novels (que se desarrolló entre 1983 y 1987), también intentó trazar su propio camino en una dirección similar sacándose de la manga un nuevo formato de publicación autoconcusivo para autores y contenidos destacados, con más páginas y una encuadernación rústica bastante más sólida y lustrosa que la del comic book, al que dieron un nombre tan significativo como formato prestigo. La colección arrancaría en 1986 con una obra de importancia capital en el devenir del cómic de superhéroes moderno, The Dark Knight returns de Frank Miller.


De este modo, y prácticamente sin tiempo para asentarse como vehiculo particular del cómic independiente, la novela gráfica ya había sido asimilada por el mainstream más genuino y sus características formales (el formato de libro, el contenido más o menos autoconclusivo, los tonos adultos vetados en el comic book clásico) habían trascendido todo filtro creativo. Llegados a este punto es cuando el concepto se torna realmente confuso.

¿Novelas gráficas?


Por un lado existen unas propiedades que identifican a la novela gráfica norteamericana como un género en si mismo, o por lo menos como un tipo de publicación de características bastante delimitadas. Al margen del formato libresco tantas veces mencionado en este artículo, la novela gráfica moderna nace y se desarrolla como un cómic de autor desligado de los restrictivos clichés comerciales del cómic tradicional que pretende tarscender los circuitos underground para reivindicar su valor ante el gran público. Esta sería la definición en la que sin duda cabrían las novelas gráficas de Will Eisner o el célebre Maus de Art Spiegelman, cuyo premio Pulitzer (1992) supuso uno de los grandes espaldarazos para este movimiento y también, indirectamente, un nuevo empujón para el cada vez más impreciso concepto de novela gráfica en el que se incluyó esta obra que se había publicado originalmente por entregas en la revista de cómic independiente RAW (entre 1980 y 1991).

Por el otro lado, sin embargo, el uso y abuso del término desde las esferas editoriales y periodísticas lo ha convertido en una suerte de eufemismo esnob vacío de significiado. De la generalización de la expresión para todo tipo de cómic en Estados Unidos se pasó a la extensión de su uso por todo el mundo. De pronto existía una nueva forma de llamar a esa historieta a la que la opinión pública nunca se había tomado demasiado en serio, y encima esa nueva denominación la emparentaba alegremente con la literatura, un medio que sí gozaba del prestigio oportuno para presentar un producto como dios manda.

La historieta es autónoma, no nace de la literatura ni mantiene con ella una relación más estrecha que con otros medios próximos (las bellas artes, el cine). De hecho el texto ni siquiera es imprescindible en el cómic, sino uno más de los distintos elementos expresivos que pueden converger en la narración secuencial.

A pesar de ello hoy se tiende a tratar como novela gráfica a toda historieta a la que se pretenda revestir de un valor que al parecer no se asocia con la denominación original del medio. Esta atribución parte pocas veces del conocimiento sobre el mundo del cómic y tiende a ignorar el rechazo que manifiestan muchos autores y amantes de la historieta hacia el uso indiscriminado de una expresión tan inadecuada como la que nos ocupa.

miércoles, 16 de mayo de 2012

DE COSECHA PROPIA, EL DESCORCHE




Como está la vida muy mala, que ya lo dice la canción, cada vez son más los restaurantes que te permiten llevar tu propio vino de casa y te cobran sólo por el descorche de la botella. En realidad, esta iniciativa poco o nada tenía que ver con la crisis en sus comienzos, sino más bien todo lo contrario; con la idea de los restaurantes lujosos de ofrecer un servicio completo al cliente pejiguero. De este modo, si el comensal quería un vino que no tenían en la carta, podía traerlo de su propia bodega.

El restaurante cobraba sólo el servicio de “descorche”. El descorche no consiste únicamente en que te abran la botella, sino también en que te la conserven a la temperatura adecuada y te pongan las copas que más se ajusten al tipo de caldo escogido. Es decir, que te traten como si hubieras comprado el vino allí. No se corre el riesgo de cenar con vasos de plástico ni de que te den una bolsa de papel para ocultar la botella que hurtaste.

Esta iniciativa está muy implantada en Estados Unidos, Canadá y algunos países europeos, donde los restaurantes incluso llegan a agruparse en asociaciones y a identificar sus establecimientos con las siglas BYO o BYOW (`Bring Your Own Wine´, `Traiga su propio vino´). En España ha tardado un poco más en llegar pero parece que, poco a poco, se va haciendo hueco. Eso sí, esto es España y aquí tenemos nuestras propias reglas para casi todo.

El precio del descorche suele oscilar entre los 4 y los 8 euros, dependiendo del restaurante y, aunque en un principio era imprescindible que el vino escogido por el cliente no estuviera en la carta, ese requisito nunca llegó a tenerse demasiado en cuenta. Asímismo, no es raro encontrarse con restauradores que optan por no cobrar nada por el servicio, ya que lo entienden como una forma de fidelizar al cliente. Al fin y al cabo, los establecimientos adheridos no suelen ser locales de comida rápida, sino sitios donde el precio de la comida puede compensar, de por sí, que no pidas vino.

Son muchos, muchos, los restaurantes que lo permiten pero no lo especifican, por lo que invito a los interesados a coger la sana costumbre de preguntarlo cuando hagan la reserva. Y no sólo se han sumado numerosos establecimientos sino que en la normalidad de la respuesta de sus camareros, se refleja que es una práctica cada vez más habitual (al final adjunto listado).

Sin embargo, no es el vino lo único que querría uno llevarse al restaurante. Dados los tiempos que corren dan ganas de llegar con el tupper de macarrones desde casa y pedir que sólo nos los calienten. En este caso nos cobrarían el servicio de “destape”, en vez del de descorche. Y no hablo de los precios ni de la crisis, que de tanto mentarla parece uno más de la familia, no. En este caso, me refiero al cuerpo que se te queda después de leer titulares como “Mac Donalds descarta el uso de la baba rosa en sus hamburguesas” o “Starbucks deja de utilizar insectos para dar color a sus Frapuccinos”,  que te quitan las ganas de vivir y de comer.

“La baba rosa se produce tratando deshechos de carnes, que de otra manera serían no comestibles, con un producto químico utilizado en fertilizantes, productos de limpieza y explosivos de fabricación casera. Son piezas que originariamente se descartan porque no se consideran aptas para el consumo humano”. Oye, no paniquemos, que está tratado con productos de limpieza y la lejía ha sido muy sana, de siempre, y sin fertilizantes no habría campo y los explosivos caseros todos sabemos que se fabrican con materiales de confianza, que por algo son caseros.

Pues nada, ni baba rosa ni insectos para hacer el café. Una pena, siempre me ha gustado la consistencia de los grillos, es parecida a la de las pastas pero sin la fruta escarchada, que eso sí que me da asco. Pero no hay vuelta de hoja, porque en España no somos muy de presionar, que cansa y no desgrava, pero en Estados Unidos sí lo son y “la compañía ha cedido ante la presión de los activistas y deja de utilizar insectos”, maravilloso titular donde lo importante es que la compañía ha cedido y no que utilizara insectos.

Lo dicho, que a este paso nos quedaremos en casa o aparecemos en el restaurante con la botella de vino debajo de un brazo y la huerta murciana debajo del otro. Que la comida de casa sabes al menos que es de fiar, que la has comprado tú mismo en el súper, y el súper la ha cogido directamente del invernadero bioquímico experimental. Si ya lo decía el refrán, lo más importante: “Salud y buenos alimentos para todos”.

PD: Para el que quiera tomarse un vino a mi salud, algunos establecimientos pioneros y algo más de información en los siguientes links: Restaurantes con descorche en España. Llévate un vino al restaurante.  El vino corre de mi cuenta: restaurantes con descorche en Madrid

martes, 15 de mayo de 2012

¿POR QUÉ COMPRAR UN E-BOOK? (Razones de un converso)




Hasta hace unos meses yo era un acérrimo defensor del libro de papel. Me parecía horroroso --hasta contra natura—  leer libros en un plástico. Y me equivocaba, como en tantas cosas. Sin apenas reflexionar me vienen a la mente muchos errores, algunos confesables y otros no: me equivoqué cuando dije que nunca tendría un móvil o cuando afirmé que Messi se lesionaría constantemente el resto de su carrera, pues era cristal. También se equivocaron los de Decca Recording al no contratar a unos chicos porque la música de guitarra era una moda o Carlos Barral al tener cinco semanas en su mesa un libro que trataba de un pueblo y rechazarlo. Los chicos eran de Liverpool y el pueblo era Macondo. También se equivocaron los copistas que criticaron en su día el invento de Gutemberg, que supongo los habría. 
Ahora soy un converso, como Pablo de Tarso y desde que me compré un Kindle leo bastante más. Diría que el doble; quizás el triple. Es cierto que esa experiencia estética de pasar las páginas u oler el papel ha desaparecido. Quizás sea lo único que extraño, y lo cierto es que no ha supuesto una caída del caballo muy dolorosa, a pesar de mis prejuicios. Las ventajas, en cambio, se han multiplicado. Este aparato llamado Kindle da la sensación de no ser electrónico. Incluso diría que es más libro que electrónico por dos aspectos: en primer lugar porque lo de su batería es algo colosal; por otro lado, estaba habituado a las pantallas retroiluminadas (ordenador, teléfono móvil), que acaban cansando la vista. Sin embargo, la tinta electrónica es más cercana a esa sensación tradicional de lectura. Con el Kindle todo es mucho más directo. Yo suelo leer en la cama –a falta de algo mejor—y ahora realizo algo que antes me era imposible de efectuar con pesados libros de mil páginas. Totalmente en horizontal, sostengo el aparato con apenas dos dedos y lo coloco sobre mí. No sé si me explico, pero es maravilloso.

Creo que noviembre de 2007 pasará a la Historia de la Literatura por el lanzamiento del Kindle. No ha sido el primer lector electrónico, pero su vinculación al gigante Amazon ha significado un punto de inflexión. Es fascinante tener toda tu biblioteca a un par de clicks. Si Hobbes hubiera vivido en nuestros días llegaría a la conclusión de que el hombre es vago por naturaleza. El hombre es un koala para el hombre. El individuo de nuestra época quiere tenerlo todo a una pulsación de teclado (o de pantalla), y disponer de, por ejemplo, ochenta libros con solamente dos movimientos del dedo índice, es algo genial (no entraré aquí a valorar el asunto de la piratería, que me preocupa mucho y era una de las causas de mi rechazo). Con el libro electrónico se abre, pues, una nueva era en la literatura. Amazon ya tiene una página donde nos dice cuáles son las citas más destacadas de todos los libros, que también se pueden compartir en Twitter o Facebook. Se me ocurre que sería muy enriquecedor conversar con otros lectores en cada final de capítulo, acerca de si el comisario Hole capturará al asesino en Petirrojo. Quizás se esté transformando la clásica experiencia lectora. ¿Y cuál es el problema? Cada uno será libre de elegir. Me negué al libro electrónico y me equivocaba (como quienes rechazaron a The Beatles y a García Márquez). No quiero que me ocurra lo mismo con las nuevas formas de leer. 

domingo, 13 de mayo de 2012

SILENCIO, ESTAMOS DE RECORTES




En España las reformas son como las rebajas. Son cutres, llegan tarde y se intenta arreglar en muy poco tiempo todo lo que no se ha hecho durante años. Viendo el panorama de cada rueda de prensa de la vicepresidenta Soraya, (ahora que la Liga nos deja huérfanos unos meses, ella saciará ese hueco que cubría Mourinho), no está el país como para asomar la cabeza y exponerte a que te la corten. Justo eso es lo que ha hecho esta semana el Valedor do Pobo (Defensor del Pueblo) en Galicia, Benigno López, planteando suspender la aplicación de la Ley de la Dependencia y defendiendo, por justos, necesarios e imprescindibles, los recortes que está aplicando el Gobierno Central. Declaraciones que excedían en todo punto las funciones a las que se debe limitar el Valedor do Pobo, que son las de defensa de los derechos de los ciudadanos y no la de realizar pronunciamientos políticos.

Y es que no es simplemente el bombo de sus palabras, con las que se podrá estar de acuerdo o no, sino el hecho de poner en la picota a una institución que pasaba desapercibida para la opinión pública.  Desde su creación en la Constitución de 1978 y el posterior comienzo de su actividad en el 1982, el Defensor del Pueblo se articula como uno más de los órganos constitucionales que habían de servir como contrapunto y equilibro de poderes en nuestra democracia, salvaguardando los derechos de los ciudadanos. Pero el proceso no se detuvo ahí, sino que, en correspondencia al desarrollo del Estado Autonómico, se creó una versión del Defensor del Pueblo en numerosas Comunidades Autónomas, generalmente por vía estatutaria, como es el caso de Cataluña, País Vasco, Canarias, Galicia, Valencia, Baleares o Cantabria entre otras. Ya conocen la copla, gastos superfluos, duplicidad en las Administraciones Públicas…

Y si bien este órgano no recibe instrucciones de ninguna autoridad, y desempeña sus funciones con autonomía, gozando de inviolabilidad e inmunidad durante su permanencia en el cargo, la realidad es la que es y, si el propio Tribunal Constitucional está continuamente señalado por su politización, qué vamos a descubrir hoy de órganos como los Defensores del Pueblo y autonómicos, cuyos Defensores son nombrados a dedo por los grandes partidos políticos, dejando aquello que contaba Montesquieu de la separación de poderes en “El espíritu de las leyes” como una rémora del pasado.

La radiografía de la situación es clara. Órganos politizados, sueldos elevados por trabajos irrisorios, excesivas duplicidades autonómicas, gastos innecesarios, funciones mal cumplidas con salidas de tono como la de esta semana y posibilidad de ahorro fácil y efectista. ¡Qué puñetas! Yo, la verdad, también prefiero que supriman a mi Valedor do Pobo que al médico de mi consulta.
Y ahora, ¿de dónde seguimos recortando?

sábado, 12 de mayo de 2012

LAYLA Y OTRAS CANCIONES DE AMOR




Pattie Boyd nació hace poco más de 68 años en Taunton, capital del condado de SomersetInglaterra. Una de las características de esta ciudad es su milenaria tradición religiosa y militar. Esta mujer no ha pasado a la historia por ninguno de estos temas, en absoluto, salvo por ser hija de un miembro de la Royal Air Force.

Se dedicó a la pasarela, y desfiló a principio de la década de los sesenta para Mary Quant, diseñadora galesa a la que debemos agradecer la minifalda entre otras prendas. Era una auténtica belleza, como se puede apreciar en la foto, aunque lo cierto es que su posado fotográfico no era muy demandado porque al parecer los fotógrafos de la época eran un poco reacios a sus prominentes dientes, así que se dedicó específicamente a desfilar en las principales cunas de la moda; París, Nueva York y Londres.

Hizo también sus pinitos en el mundo del cine rodando bajo las órdenes de Richard Lester una película titulada “A Hard Day’s Night”“Qué noche la de aquel día” en España, “¡Yeah, Yeah, Yeah, Paul, John, George y Ringo!” en Argentina.

Es aquí donde empezó todo. Ella hacía un pequeño papel de colegiala y durante el rodaje, escena tras escena, fotograma a fotograma, iba siendo cortejada por George Harrison. Empezaron una relación que con el tiempo consagrarían en forma de boda en aquellos locos días de LSD, viajes a la India y música de sitar después de encontrar un hueco en la ajetreada agenda beatle que dirigía el manager de la banda, Brian Epstein.

George Harrison como excelente compositor que fue, hizo lo que debía y compuso para su mujer una de las más brillantes baladas que jamás se han escrito; “Something”. Sería elegida unánime y excepcionalmente por Lennon y McCartney como primer single de Abbey Road, LP de finales de 1969. Sería el adiós definitivo de los Beatles.

Es ya 1970 y George Harrison decide dar formato a todo ese material que jamás usó con sus compañeros de Liverpool y para su debut en solitario invita a su íntimo amigo Eric Clapton a formar parte de All things must pass, álbum también conocido como Las canciones que John y Paul no me dejaron meter en los discos de los Beatles. Producido por el excéntrico Phil Spector, hoy entre rejas, encontramos la guitarra de Clapton en “Itsn’t It a pity”, un delicado tema compuesto en la época beatle basado en los titubeantes comienzos de la relación entre George y Pattie. La canción es preciosa y el disco es a día de hoy el más vendido por un beatle en solitario.

En esos mismos días, Clapton, preparaba otra virtuosa y efímera banda, como también lo fue Cream, bajo el nombre de Derek and The Dominos. Grabaron únicamente un LP titulado Layla and Other Assorted Love Songs (Layla y otras variadas canciones de amor). Una obra maestra del rock entre las que encontramos dos auténticas joyas; la desgarradora y afamada “Layla” y mi favorita de todo el disco, “Bell Bottom Blues”. Las dos canciones están dedicadas a la misma mujer, Layla, pseudónimo que usaba Clapton para ocultar a la mujer que amaba en secreto desde hace ya algunos años.

Años después, Eric Clapton se casaría finalmente con Layla y compondría la exitosa “Wonderful Tonight”. La misteriosa mujer que se escondía bajo este pseudónimo no era otra que Pattie Boyd.

jueves, 10 de mayo de 2012

EL REINO DE LOS CIELOS



por Lucía Taboada


Dichoso Ryanair porque suyo será el reino de los cielos.
Mt 5, (1-4)

Michael O´Leary, flamante presidente de Ryanair, vestido de blanco y azabache, se pasea por las oficinas centrales de la compañía en Dublín con semblante serio. Juguetea con una pequeña réplica de un Boeing 737-800 mientras medita sobre algún innovador plan para abaratar costes. Imitando el rebufo de las turbinas de los motores va descartando algunas tribulaciones algo descabelladas:

- Suprimir los baños. Ya me lo imagino: “Bienvenidos a este vuelo de Ryanair. Los baños los encontrarán al fondo del aeropuerto tras aterrizar. Queda terminantemente prohibido que ingieran alimentos o líquidos antes de embarcar. Jajaja" Descartada porque el cuerpo humano es una máquina imperfecta, no como Ryanair, y nunca se sabe.

-Suprimir los pilotos. Esta idea puede entrañar algún riesgo, ciertamente. Por ahora descartada.

-Proponer al Gobierno español el anuncio de sus medidas económicas durante los vuelos a cambio de subvenciones. Las podríamos meter entre los cigarrillos de vapor. Tendría más glamour que el último párrafo de una nota de prensa, eso es así. Pero no sé cómo se lo tomaría la gente, tampoco quiero un motín en el avión...Por ahora descartada.

-Cobrar a los pasajeros por aplaudir tras aterrizar. Necesaria pero muy floja.

-Cobrar a los pasajeros por montarse encima de la maleta para cerrarla. Mmmm, muy floja.

-Cobrar a los pasajeros por hacer fotos de las nubes y subirlas a Instagram. Necesaria pero muy floja.

-Cobrar a los pasajeros por escribir mal el captcha de la página web al sacarse un billete. Descartada por ahora. Idear nuevos captchas con fórmulas trigonométricas insertadas.

-Cobrar a los pasajeros porque sí. 

El calor aprieta debido al calefactor adquirido en un Cash Converters. Comienza a oler a quemado. El magnate se desprende del calefactor y piensa que tal vez debería haber comprado uno un poco más caro. Empieza a mordisquear el ala izquierda del aeroplano de juguete cuando de pronto, se ilumina su rostro. ¡Ya lo tengo!, exclama. “Puedo prescindir de las azafatas con acento extraño y a través de un rasca y gana elegir al azar tres pasajeros en cada vuelo que se encarguen de su función. Total, leer publicidad cansinamente sabe hacerlo todo el mundo. Se les haría un descuento del 10% en el billete por las molestias, claro. Oh Dios mío, sería fantástico. Me ahorraría el salario de más de seis mil trabajadores, JAJAJAJA. Michael, eres un genio. Te mereces un ascenso, jajaja. Pero si no puedo ascender más, jajaja, Ay bribón”.  Tras la brillante idea traza un pequeño esquema  y se lo manda a sus asesores económicos y su director de comunicación. Reclina su silla amarilla y azul y ya con los párpados cerrados deja que el sueño le venza.

O´Leary sabe que ha roto todos los esquemas de negocio. Es el hombre más rico de Irlanda, provocador, transgresor, osado, carente de ética para muchos, increíblemente intuitivo para otros . Su afán recaudatorio no tiene límites. La competencia le odia y él tampoco esconde su viperina lengua al referirse a la misma. Ha llegado a afirmar que Iberia “roba a sus clientes” o que Easyjet nunca triunfará porque en Europa “no hay espacio para dos aerolíenas de bajo coste”. Tiene problemas con sindicatos, trabajadores, ecologistas, controladores aéreas, agencias de viajes, Comisión Europea o clientes. Si pudiese tendría confictos hasta con las nubes. "Me importa una mierda no gustarle a nadie. No soy un aerosexual. No me gustan los aviones y nunca quise ser piloto como esas brigadas de matones que pueblan la industria", decía durante una entrevista. Pero todo ello no importa. Su éxito parece infrenable. Porque el ser humano es el único que tropieza varias veces con Michael O’Leary. 

ES MI TWITTER...




Es mi Twitter y me lo follo* cuando quiero.
*para los informáticos, follar es eso que hacéis por las noches, pero con otra(s) persona(s) viva(s). Si eres necrofílico, cuenta como muñeca hinchable.

Estimados lectores, (a los que os estimo más aún cuando venís a verme actuar) hace tiempo que Twitter se ha convertido en lo más parecido a un marido que he tenido nunca; me paso todo el día enganchada a él, me llevo alegrías y disgustos a partes iguales y tengo que ir dando explicaciones por todo. Y por supuesto, sin sexo alguno.

Cuando hago un chiste de humor negro que me he pasado, cuando hago uno muy blanco, que qué soso, si pongo un tweet anunciando una actuación, que si me he creído que esto es un tablón de anuncios. A veces me dan ganas de contestar, y tú ¿quién te crees protestando por todo? ¿Mourinho?

Si toda la indignación que pone la gente en protestar a otros por el uso de su twitter, lo pusiera en cosas importantes, tal vez Rajoy en vez de darle una inyección a la banca, estaría financiando la alfabetización de los estudiantes de ESO.

La cosa está en que yo no recuerdo, cuando me abrí la cuenta de Twitter, que la página te diera unas instrucciones de uso. Cada uno tiene que usar su cuenta como quiera, incluso para delinquir. Si quieres amenazar a alguien de muerte o colgar enlaces para descargar contenido con derechos de autor, hazlo. Tal y como está la crisis, es la única forma de asegurarte techo y comida, aunque sea la cárcel.

Cada uno debe usar Twitter como quiera y por eso voy a explicar en qué modo uso yo la estrella de favorito. La gente normalmente usa esa estrella para decir que un tweet le ha gustado mucho. En cambio yo, como buena murciana, lo uso para dos cosas. (Los murcianos le damos varios usos a todo, incluso los gruñidos, que los usamos como lenguaje).

Empecé, como todos, marcando favorito a los tweets que escribían otros twitteros y me gustaban mucho. Luego llegó la avalancha de followers con sus respectivas menciones. Suelo tener de media, entre 200 y 500 replys al día, eso cuando no polemizo, que sobrepasa las 1000. Imposible contestarlas a todas. Ahí es cuando hago el segundo uso de favorito. Si alguien se ha molestado en contestarme, y a mí no me da tiempo a responder, marcando favorito es una forma de que sepa que, al menos, lo he leído.

Tal vez vosotros no le deis importancia, pero para los que nos dedicamos a escribir, que nos lean es algo que agradecemos muchísimo. Y yo no voy a ser menos con mis followers. Puede que no me dé tiempo a contestar, pero siempre leeré cada tweet que me envíen. Twitter off.

PD: Twitter on. No sé por qué este post se puso ñoño hacia la mitad, pero me adelanto a vuestras preguntas: No, no estoy con el periodo. Ahora sí, Twitter off.

miércoles, 9 de mayo de 2012

¿FUTBOLERO? NO, DEL ATHLETIC




“¿Qué hizo el Athletic ayer?”. Ya sabes, palmamos. Bla, bla, el último minuto. Bla, bla, bla, el árbitro. “Joder, macho, no levantamos cabeza”. Conversaciones típicas, a primera vista. Ésta, de hecho, se repetía cada lunes en mi piso. Nada fuera de lo común. O sí. El que respondía era yo –león consumado-. Lo anecdótico, el otro interlocutor; el interesado, un compañero de piso aficionado al rock and roll de los 50, las Harley Dadvinson y, sobre todo, un acérrimo enemigo del fútbol. Abogaba por propinar un castigo físico a su futuro hijo si le descubría jugando con un balón, nada menos. Entonces, ¿qué le lleva a alguien así a interesarse por lo que ha hecho un equipo? Y más aún, ¿por qué le afecta negativamente la derrota de un equipo? La respuesta es clara y sencilla: porque no estamos hablando de ‘un’ equipo. Ni de fútbol siquiera. Hablábamos del Athletic. De nuestro otrora glorioso Athletic Club de Bilbao. 

Recuerdo aquellos Athletic-Barça a los que acudía cada año con mi familia. Era nuestra rutina. Esa ‘x’ marcada en rojiblanco en el calendario. La emoción iba in crescendo a medida que se acercaba el día de pisar la grada de La Catedral, de comer el bocadillo de tortilla de patata que todos llevábamos de casa, de oler el humo a puro, de gritar hasta calcinar la garganta para empujar a los leones que defendían la histórica camiseta rojiblanca. Recuerdo a Ronaldo vestido de blaugrana, a Giovanni, a Couto, a Baia… pero fue aquel golazo del capitán, Julen Guerrero, y el incansable aliento de la afición lo que terminó de marcarme. Corría el año 1996, y yo tenía tan sólo 9 añitos. Pero aquella remontada, aquel ambiente, aquel color y aroma que destilaba ese clásico estadio, marcó el principio del idilio más duradero de mi vida.

El buen bilbaíno que se precia de serlo, lleva ese sentimiento Athletic dentro. Muy arraigado. Sin embargo, puede no ser un futbolero apasionado. Es más, puede que hasta odie ver a veintidós millonarios en calzones tratando de meter una pelota entre tres postes.  Pero siempre preguntará por el Athletic. Cada domingo absorberá el ambiente que destila la calle Licenciado Poza los días de partido. Y cantará los goles de Llorente, De Marcos, y compañía de igual manera que otros no futboleros gritaron los de Guerrero y Ziganda. Y nuestros abuelos, los de Zarra, el ‘Piru’ Gainza o Pichichi.  Porque ese sentimiento único se hereda. Y ninguno, desde Getxo hasta Deusto, pasando por Gernika o Amorebieta, somos inmune.

Pero ese sentimiento centenario no se limita al territorio comprendido dentro de las fronteras de Bizkaia. Ni si quiera de las de Euskadi. Ese sentimiento endémico del bilbaíno, tan propio de su particular idiosincrasia, no conoce de distancias. Se dice que el vasco nace donde quiere, y tal cosa se podría decir del aficionado del Athletic. Una de las primeras cosas que me dijo una buena amiga granadina fue que uno de sus tíos era un acérrimo aficionado del Athletic. Y uno no puede evitar sonreír ante ciertas cosas. Un gesto de emoción y orgullo que exterioriza un sentimiento visceral; ese sentimiento que lleva a niños, jóvenes, adultos y ancianos cada domingo a San Mamés a apoyar a los nuestros. Durante hora y media no existe nada más. En euskera o en castellano. Con acento vasco, andaluz, catalán o argentino. No hay diferencias cuando todas las voces se aúnan para animar a este equipo único.

Ahora la afición ‘zurigorri’ recoge los frutos del trabajo bien hecho. Y toca paladear el momento. La Gabarra se prepara para surcar la Ría, y esas grandes noches en San Mamés son ya más que algo ocasional .Los que fuimos socios y dejamos de serlo, lo hacemos desde el exilio forzado. Pero no nos olvidamos de cuando estuvimos abajo; del sufrimiento. De aquel gol de Gabilondo que nos salvó del descenso hace no demasiado. Aquel partido decisivo ante el Rayo en el 96. Porque es en esos momentos en los que ese sentimiento se hace fuerte. Y nunca dejaron de atronar las gargantas en La Catedral. Como todo idilio amoroso, la relación entre el club y la afición fue concebida para estar ahí en los momentos de salud y enfermedad. En la riqueza y en la pobreza. Hoy toca conquistar Bucarest. Mañana, veremos. Nosotros seguiremos haciendo temblar los cimientos de San Mamés como en ningún otro estadio logran hacer. Ojalá pudiéramos decir que se trata de fútbol en caso de necesitar consuelo. Pero no, es algo distinto. No es fútbol, es el Athletic. Nuestro Athletic.