jueves, 26 de mayo de 2011

Los nazis que no amaban al fútbol


por Manu Mañero

Igual soy yo, que todavía soy de esos que piensan que las cosas pueden ir mejor, o igual es el tiempo, que está cambiando y me tiene desubicado. Lo mismo, ya con el título virtualmente en la mano, con ese diabólico papel firmado por el Rey (que ahora que ha dejado la vela tiene tiempo de sobra para estas cosas) que tantos siguen empeñados en relativizar y minimizar, estoy tirando piedras contra el tejado de mi propia chabola. Pero leo, oigo y entiendo tanta excusa, tanto disparo sin bala pero a matar, tantísima hez populista en boca de los referentes periodístico contemporáneos, que levantarse temprano por las mañanas y aprender de los errores (ajenos, sobre todo y por desgracia, pues bien sabido es que de los errores que más se aprende es de los propios), se hace tan necesario que duele tranochar, sea cual sea el motivo. Hay que cambiar las cosas, pero no voy a acampar. No hasta que me prometan que la solución, como insinuaba José María García hace unas semanas en Veo7, alguien me garantice que sacará los tanques a la calle.

En el último mes, se ha hecho especialmente popular en España, y más concretamente dentro de la cíclica y autodestructiva rama del periodismo deportivo (que cada vez tiene menos de deportivo que de periodismo, algo que consideraba francamente complicado), frivolizar con atentados, muertos, genocidas, dolor humano real. Todo por ganarse el aplauso y la palmadita de los más radicales, que desde la sombra de la ignorancia y la pasión más baja, creen poesía cualquier haiku que verse sobre la ponzoña y el sufrimiento. Caminando sobre la cuerda de la previa tan angustiosa y vertical de la desarraigada y cruda literatura de la Generación del 98.

El último en reírse de la historia ha sido el mismo señor que se rió también de un vagabundo en una conexión en directo. Una casualidad no tan casual que le valió la crucifixión por parte de una parte importante de la prensa internacional, cada una con sus habas cocidas y sus menesteres más o menos censurables. El mismo hombre que, meses después, se cambió de bata y fue noticia en una España asquerosamente aletargada, sedada, babosa. Como quiera que sea que Manolo Lama no vivió, en principio, el nazismo, suena atrevido cuando menos comparar el ascenso de Hitler al poder con el apoyo de la afición de un equipo a su entrenador. Sí, de los madridistas. Sí, a Mourinho. Mourinho, ese diablo sobre el que es tan fácil escribir, tan placentero distribuir mierda desde un ventilador oxidado. Ese apólogo del terror.

Lo hizo y probablemente no pida perdón, y si lo hace será entre dientes, como cuando el mendigo. Hay gente, como su compañero Juanma Castaño, que pide aumentos de sueldo mientras despiden a algunos de sus amigos y colegas en PRISA, que no valoran lo que tienen entre manos. Ya no sólo el dinero que ganan, que es una puta barbaridad como decía aquel, sino la responsabilidad que para con la audiencia y el pueblo llano que les ríe los tropiezos, desde su atril en lo más alto de la comunicación. Y digo lo más alto con un pesar enorme, a sabiendas de que es sí, y de que lo seguirá siendo hasta que, por lo menos, alguien reviente por dentro de malestar. Unas semanas antes, en ONA FM, un locutor que responde al nombre de Jordi Guardiola, comparó la caída del Madrid con el asesinato (no probado aún) de Bin Laden. El hombre que inspiró el mayor atentado de la historia de España.

En fin, sea como fuere, el patio es este. A mi, la verdad, no me gusta jugar en esta división. Como ocurre con los jugadores 'top' (muchos sobrevalorados) y los chicos que reciben patadas en la espinilla en Regional, la distancia es casi insalvable. A ellos les deslumbran los focos y andan a tientas. A mi no me lee ni mi madre, y esto es casi literal. Pero quién sabe, tal vez a ellos les vaya bien así. De momento les he dedicado otro post en un blog, algo que muy seguramente no merezcan. Pero volverán a ser googlelizados, volverán a ser noticia. Mirarán a la masa desde el balcón, se encogerán de hombros y seguirán limpiándose el culo con la derecha si son diestros y con la izquierda si son zurdos. Lo único que no me termina de convencer es eso de comparar entrenadores de fútbol (un juego, un deporte, una competición), con asesinos. Pero, por lo que se ve, les va bien. Ni les piden cuentas ni tampoco rectifican por motu propio. Pues que sigan así. Y que lo disfruten. Eso sí, no puedo desear que lo hagan con salud. Porque a medida que ellos ríen, el periodismo muere cada día un poco más.