viernes, 5 de noviembre de 2010

Un tren. Un viaje. Infinitas historias


Debuto en la Comunidad pidiéndoos que subáis y viajéis conmigo a bordo de un tren que es algo más que un tren: el Hullero.


A finales del siglo XIX la minería del carbón comenzaba a despuntar en las cuencas leonesas y palentinas. Mientras tanto, el País Vasco ya era un hervidero industrial cuyo epicentro se situaba en los Altos Hornos de Vizcaya, donde su siderurgia se alimentaba del carbón que importaba por barco desde Gran Bretaña o Asturias. Las consecuencias de la citada importación se traducían en que el coste del lingote de hierro vizcaíno fuera el triple que el de Pittsburg, Loire o Westfalia.
Sin embargo, la siempre pujante burguesía vasca pensó que traer el carbón de la franja cantábrica leonesa y palentina sería más rentable y, en 1894, se inauguró una tortuosa línea de ferrocarril que atravesaba tierras de León, Palencia, la actual Cantabria, Burgos y Vizcaya. No me quiero imaginar las complicaciones que supuso la construcción de aquel trazado entre esas escarpadas montañas. De hecho, el Hullero (o el Transcantábrico, el Tren de Matallana, el Ferrocarril de la Robla, el León-Bilbao, otros de sus apelativos) aún es hoy el ferrocarril de vía estrecha más largo de Europa occidental. 335 kilómetros del ala. ¿Por qué la vía estrecha? Porque ahorraba un sesenta por ciento respecto al ancho normal, pero también porque se consideraba más adecuado al recorrido sinuoso.


Éste es un tren de campesinos viejos y de mineros jóvenes. Aquí hay algo desconocido. Si supiésemos qué, algunos de [nosotros sentiríamos vergüenza, y otros [esperanza.


Lo dice Antonio Gamoneda en uno de sus poemas. Y tiene razón, pues subirse al tren de Matallana es hacerlo a una infinita historia en movimiento: la historia de la vida y de la muerte; en definitiva, el Viaje (Ulises, Dante, Quijote. Nosotros).
Este es un recorrido para mirar, para reflexionar y para dejarse llevar por los recuerdos de una vieja máquina de vapor, lejos de los estresantes tiempos de la alta velocidad. La moderada marcha del tren hace que podamos contemplar alguno de los paisajes más impresionantes del norte peninsular. Estos son vagones de bocatas de tortilla de patata, de buenos embutidos curados al frío y de quesos locales, regados con caldos humildes pero eficaces. Un ferrocarril que tiene hasta su propio plato: la olla ferroviaria -en el País Vasco la llamaban Putxera-, alarde culinario inventado por los maquinistas, que aprovecharon el calor que desprendía la locomotora para cocinar comidas contundentes (alubias, garbanzos, patatas con carne). No debemos olvidar que era muy habitual que la nieve impidiera avanzar al tren durante varios días y se tuviera que parar en alguna de las estaciones del camino.

Ante nuestros ojos desfilan montañas, ríos, valles, puentes, iglesias románicas, pueblecitos encantadores, restos del esplendor minero. En definitiva, recuerdos del mundo rural, de un modo de vida que ya no existe, y que se aprovechó de este mismo tren para huir de la decadencia minera y emigrar hacia donde había trabajo. El carbón leonés y palentino dejó de transitar por estas vías, al tiempo que sus mineros se reconvertían en empleados de la industria vasca.
La evolución desde las apenas diecisetemil toneladas de carbón transportadas de 1895 al casi un millón de 1958, evidencian su impresionante actividad y su enorme rentabilidad. (A lo que se debe añadir el casi millón y medio de pasajeros en 1948). Sin embargo, la competencia del transporte por carretera o la casi eterna crisis del carbón, provocaron que, a partir de 1968, la empresa entrara en pérdidas, pasando a manos de la estatal FEVE en 1972. A pesar de los intentos de modernización de la misma, la duración del viaje de ¡doce horas! entre León y Bilbao en 1991 deja bastante claro la inviavilidad económica del Hullero. Ese nefasto año de 1991 se cierra la línea, lo que supone un mazazo en algunas comarcas, que quedaron casi abandonadas.



Las reivindicaciones provocaron que poco a poco se fueran reabriendo tramos, hasta llegar a 2003, en el que milagrosamente se abre de nuevo la línea León-Bilbao, reduciendo el viaje a la duración de siete horas. El único futuro del tren pasa por el turismo, consuelo de aquellos que le vieron en su esplendor.

Como se ha visto, esto no es un tren, es una historia de éxitos y de fracasos. Es una historia de mineros que emigran a Bilbao. Es una historia del abuelo que le enseña su pueblecito al nietín. Es una historia de frío. Es una historia de Chuchi, el mítico maquinista. Es una historia de la Olla Ferroviaria. Es una historia del Torio, del Curueño, del Porma, del Cea, del Carrión, del Pisuerga, del Ebro, del Trueba o del Cadagua. Es una historia de campesinos viejos. Es una historia de tener que parar una semana en Mataporquera por la nevada. Es una historia que ojalá algún día también hagáis vuestra. Estáis invitados.
Pasajeros al tren.




“Cuatreros de ganado, en el tren de Matallana, ganadero, revisor vuelan por la ventana, las reses mugen locas, mientras saltan del vagón, ni Texas ni Arizona el oeste está en León ".
(Deicidas.)

Artículo de @unmirador

5 comentarios:

  1. Grandioso post.
    Enhorabuena Iván.

    Borja

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  2. Aires de otros tiempos...

    Me ha encantado, Iván.

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  3. Precioso: lírico y triste recordando unos tiempos que ya no volverán y mostrándonos el abandono de la España rural e interior por nuestra sociedad urbana y costera.
    Gran post Iván.

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  4. Coincido con Osonando: lírico y triste.

    Muy buena entrada, Ivantxu!

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  5. Gracias a todos.
    Como dice Alex es de otros tiempos, uno tiende demasiado a mirar atrás.
    También es lírico y triste, eso es lo que pretendía transmitir. El interior se despuebla y es gravísimo. Gracias!!!
    Un abrazo a todos!!!

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