lunes, 22 de noviembre de 2010

Desprecio otoñal




El otoño, con sus días cortos y sus hojas amarillentas en el suelo, me produce una indiferencia rayana en el desprecio. Ese paso radical en estas latitudes desde la manga corta al abrigo, que antes temía con ansiedad -mis entonces débiles anginas estaban de por medio-, es ahora un absurdo recuerdo en mi memoria. Porque los recuerdos son como un fantasma que va y viene, sin tener en cuenta los prodigios científicos ni las carencias intelectuales. Otoño es paso del tiempo, como primavera es alivio al saber que las altas praderas se despejan de la nieve y se puede volver a pastar. Ahora por las calles sólo veo paredes desconchadas y colillas sobre las aceras, mientras las chimeneas vomitan gris al cielo y una brasa en los dedos acompaña al maridaje de humo y vaho que expira el señor del abrigo oscuro. Porque noviembre es tan gris como la granítica piedra de los cementerios del día de Todos los Santos (abrumador ejercicicio de antropología rural, por cierto) que ni las flores sobre las lápidas ni el eterno saludo adusto del ciprés lo pueden contrarrestar.
Sin embargo, desde hace un par de años yo desafío a la otoñada con el abrigo abierto y con la inspiración del frío como placebo del dolor. De analgésico sólo sirven algunos goles solitarios de domingo y las sonrisas que se le escapan a alguna generosa mujer. Otoño, vete ya.

Foto:  http://www.fotolog.com/marteta_redbull/70310950

2 comentarios:

  1. Dividamos el otoño en dos partes. De ahora en adelante, no puedo estar mas de acuerdo contigo pues llega el frío la lluvia y la oscuridad. Pero no me dirás que puede haber bajo las estrellas, amalgama de colores mas bellos que los de cualquier día de un otoño con sol.

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